El diseño obsolescente en los coches


Uno de los aspectos más desconocidos dentro de la obsolescencia programada es el diseño obsolescente. Productos que están pensados para usar y tirar, que no se reparan ni se reutilizan, y el mundo del automóvil está lleno de esos accesorios. No solamente alerones, o incluso llantas que solo puedes usar en un coche determinado, sino muchos complementos añadidos. Sobre todo en los años setenta y ochenta era habitual que quien se comprase un coche se comprara a la vez un sin fin de productos para ponerle. ¿Quién no recuerda las tiras o bandas anti-estáticas, que se enganchaban en la parte trasera del vehículo, con el supuesto fin de descargarlo de ese tipo de electricidad que iba reuniendo con la marcha? Por aquellos años existía la creencia de que la electricidad estática podía producir mareos, y con esa excusa prácticamente no había coche que no las llevase, y en muchos de ellos podía leerse aquella famosa frase de "feliz sin electricidad estática".

Aunque esa moda de las tiras anti-estáticas pasó hace ya tiempo, aún pueden verse por las calles bastantes coches con otros elementos superfluos: los derivabrisas en las ventanillas, sobre todo en las delanteras. Todavía hay muchos conductores que creen en su utilidad, y no terminan de darse cuenta que cuando los ingenieros y diseñadores estudian las formas del coche en los túneles de viento, y diseñan sus piezas en dinámica de fluidos por computacion (CFD), lo hacen para que el automóvil tenga una forma aerodinámica íntegra, y trabaje al unísono con ella al rodar, buscando la eficiencia, la seguridad, el ahorro de combustible y la eliminación de ruidos. Cualquier elemento extraño que añadamos a esa silueta que rompa su forma creará una estela distinta, modificará sus turbulencias y sólo nos hará viajar más incómodos.




Si el invento de las tiras antiestáticas tuvo su máxima popularidad en los setenta, y los derivabrisas en los noventa, en los ochenta surgió para sustituirle otra de las modas más horribles que el mundo del automóvil haya visto: las barras de protección metálicas para los faros y ópticas en general. Había gente que ponía una especie de redecilla o chapas metálicas que cubrían todo el piloto trasero, llegando al extremo a veces de impedir que la luz cumpliera su función, ya que en algunos modelos era tanta la rejilla y chapita que las cubría, que apenas dejaban pasar la luz por sus huecos. Otros elegían modelos más comedidos, incrustando sobre la defensa delantera y trasera gruesas pero bajas barras de protección ante los pequeños golpes. Pero había algunos conductores que debían tener tal fijación por no rayar su coche que le ponían barras como si fuera un carro blindado. Barras que rodeaban sus faros y prácticamente también toda su parte trasera. Era como si en los ochenta todo el mundo rompiera pilotos, o como si tuviesen temor a que les golpeasen por todos lados. ¿O es que la gente conducía tan mal en aquellos años que había que proteger nuestro turismo como si fuera un auto de choque? A saber.


Lo que sí es cierto es que poco a poco la necesidad de cumplir con la normativa de protección a los peatones, con defensas que seguían la línea de la carrocería, y el horrible aspecto de las barras que casi siempre se oxidaban al poco tiempo, fue convenciendo a los conductores no solo de su ineficiencia, sino de su peligrosidad. Alguna que otra chatarrería se haría rica a finales de los ochenta gracias a tantas barras protectoras.

Terminamos este curioso repaso al diseño obsolescente en el mundo del automóvil recordando, cómo no, los protectores de puertas. Aquellos elementos de goma o plástico con pegatinas reflectantes que apenas reflejaban nada, y que incluso había versiones con catadióptricos que se suponía aportaban mayor seguridad en el momento de abrir las puertas.


Aún hoy en día puede verse algún que otro coche con ellas, quizá un propietario nostálgico o un obseso convencido de su utilidad. Pero en los años setenta y ochenta, cuando más se hicieron populares, había gente que las usaba hasta la hilaridad, que prácticamente revestía todos los bordes de sus puertas instalando esas pequeñas protecciones una al lado de otra. La aparición de automóviles con laterales más estilizados, y también el añadido de elementos como pequeñas luces rojas o ámbar que iluminaban la parte interior de las puertas para advertir a los demás de su apertura hicieron, entre otras cosas, que esa moda de las protecciones de las puertas se convirtiera en algo del pasado.

Por supuesto, largo y tendido se podría hablar también de los accesorios inútiles y variopintos del interior, como las redes o mallas de metal sobre el salpicadero para dejar allí puestos los objetos (algo que ahora todos sabemos claramente que es peligrosísimo, pero que, curiosamente, antes se veía como normal y muy práctico), la popular "mano" sujetando el parabrisas delantero para, supuestamente, evitar que éste se partiera (otro elemento inútil y fruto de la imaginería popular con el único fin de vender algo, obsolescencia del diseño en estado puro), los enormes adhesivos en las viseras del parabrisas, publicitando bares, discotecas... o cualquier otra cosa y, cómo no, "el arbol de pino ambientador". No había coche que no llevase uno. Quizá ese era el único objeto que fuera realmente útil. Pero resulta curioso pensar que hoy en día, cuando los automóviles poseen filtros anti-polen, anti-partículas y muchos de los habitáculos estén más limpios que nuestra propia casa, les "ensuciemos" su aire a posta con accesorios estúpidos como el "ambipur car" y parecidos. Sí, puede que dentro de unos cuantos años los conductores del mañana se lleven las manos a la cabeza al darse cuenta de la cantidad de porquería que respiramos en nuestros coches con los aromatizantes cancerígenos y excrementos varios que portan muchos de esos vaporizadores y ambientadores. Si el coche está limpio, no huele mal, y si huele mal, pues la mejor solución es ponerse a limpiarlo. Así de fácil.




| Redacción: Revista Coche

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